Dos años atrás, el director adjunto del Museo del Prado, visitaba la casa de una de las ramas de la familia Medinaceli. Su objetivo era otra pintura pero hubo una en particular que llamó su atención: parecía un Bruegel. Esta semana se ha puesto fin al viaje de El vino de la fiesta de San Martín que, durante siglos olvidada entre pasillos, lotes de herencias y restaurada en varias ocasiones por manos inexpertas, ahora colgará junto a sus semejantes en el Prado.
El pasado domingo, podíamos leer en el País Semanal, un extenso artículo sobre el periplo durante estos dos últimos años desde el día en que Gabriele Finaldi puso sus ojos en él. Pero faltaba el elemento clave para la confirmación de la autoría: la firma. Al ser de las últimas obras que Bruegel pintó, tenía que estar firmado. Finaldi se pasó muchas tardes, lupa en mano, escudriñando cada centímetro de la sarga -tela sobre la que está pintado- con la esperanza de dar con ella. El 6 de septiembre de 2010, Elisa Mora -la restauradora que ha obrado el milagro- la descubrió escondida por los estiramientos de la tela debajo de un desafortunado repinte, en la esquina inferior izquierda.
En aquel momento empezaron las gestiones para comprar la obra que, 7 millones de Euros después, ya pertenece a el Museo del Prado. Si os parece una cifra descabellada, se habla de que en el mercado libre internacional podría alcanzar los 100 millones. La razón por la cual no saldrá de nuestras fronteras para ser vendido al mejor postor, es que la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Artístico Español lo declaró en su día bien de interés cultural.
Os recomendamos que leáis el artículo entero para ser conscientes de la dificultad de una restauración de este calibre y para que, si tenéis pensado visitar el museo algún día, ya nunca miréis esta obra con los mismos ojos.